¡Solo por fin! Ya no se oye más que el rodar de algunos coches
rezagados y derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si
no el reposo. ¡Por fin desapareció la tiranía del rostro humano, y ya
sólo por mí sufriré!
¡Por fin! Ya se me consiente descansar en un baño de tinieblas. Lo
primero, doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha
de aumentar mi soledad y fortalecer las barricadas que me separan
actualmente del mundo.
¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible! Recapitulemos el día: ver a varios
hombres de letras, uno de los cuales me preguntó si se puede ir a Rusia
por vía de tierra -sin duda tomaba por isla a Rusia-; disputar
generosamente con el director de una revista, que, a cada objeción,
contestaba: «Este es el partido de los hombres honrados»; lo cual
implica que los demás periódicos están redactados por bribones; saludar a
unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones
de manos, en igual proporción, sin haber tomado la precaución de comprar
unos guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrón, a casa
de cierta corsetera, que me rogó que le dibujara un traje de Venustre;
hacer la rosca al director de un teatro, para que, al despedirme, me
diga: «Quizá lo acierte dirigiéndose a Z…; es, de todos mis autores, el
más pesado, el más tonto y el más célebre; con él podría usted conseguir
algo. Háblele, y allá veremos»; alabarme -¿por qué?- de varias acciones
feas que jamás cometí y negar cobardemente algunas otras fechorías que
llevó a cabo con gozo, delito de fanfarronería, crimen de respetos
humanos; negar a un amigo cierto favor fácil y dar una recomendación por
escrito a un tunante cabal. ¡Uf! ¿Se acabó?
Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar
un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de
los que amé, almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad
de mí la mentira y los vahos corruptores del mundo; y vos, Señor, Dios
mío, concededme la gracia de producir algunos versos buenos, que a mí
mismo me prueben que no soy el último de los hombres, que no soy
inferior a los que desprecio.
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Charles Baudelaire (1821-1867), escritor francés de gran trascendencia, pieza clave en el paso a lo que hoy se denomina "poesía moderna".
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