Quiero dar idea de una diversión inocente. ¡Hay tan pocos
entretenimientos que no sean culpables!
Cuando salgáis por la mañana con decidida intención de vagar por
la carretera, llenaos los bolsillos de esos menudos inventos de a dos cuartos,
tales como el polichinela sin relieve, movido por un hilo no más; los herreros
que martillan sobre el yunque; el jinete de un caballo, que tiene un silbato
por cola; y por delante de las tabernas, al pie de los árboles, regaládselos a
los chicuelos desconocidos y pobres que encontréis. Veréis cómo se les agrandan
desmesuradamente los ojos. Al principio no se atreverán a tomarlos, dudosos de
su ventura. Luego, sus manos agarrarán vivamente el regalo, y echarán a correr
como los gatos que van a comerse lejos la tajada que les disteis, porque han
aprendido a desconfiar del hombre.
En una carretera, detrás de la verja de un vasto jardín, al
extremo del cual aparecía la blancura de un lindo castillo herido por el sol,
estaba en pie un niño, guapo y fresco, vestido con uno de esos trajes de campo,
tan llenos de coquetería.
El lujo, la despreocupación, el espectáculo habitual de la
riqueza, hacen tan guapos a esos chicos, que se les creyera formados de otra
pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza.
A su lado, yacía en la hierba un juguete espléndido, tan nuevo
como su amo, brillante, dorado, vestido con traje de púrpura y cubierto de
penachos y cuentas de vidrio. Pero el niño no se ocupaba de su juguete
predilecto, y ved lo que estaba mirando:
Del lado de allá de la verja, en la carretera, entre cardos y
ortigas, había otro chico, sucio, desmedrado, fuliginoso, uno de esos
chiquillos parias, cuya hermosura descubrirían ojos imparciales, si, como los
ojos de un aficionado adivinan una pintura ideal bajo un barniz de coche, lo
limpiaran de la repugnante pátina de la miseria.
A través de los barrotes simbólicos que separaban dos mundos, la
carretera y el castillo, el niño pobre enseñaba al niño rico su propio juguete,
y éste lo examinaba con avidez, como objeto raro y desconocido. Y aquel juguete
que el desharrapado hostigaba, agitaba y sacudía en una jaula, era un ratón
vivo. Los padres, por economía, sin duda, habían sacado el juguete de la vida
misma.
Y los dos niños se reían de uno a otro, fraternalmente, con
dientes de igual blancura.
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Charles Baudelaire (1821-1867), escritor francés de gran trascendencia, pieza clave en el paso a lo que hoy se denomina "poesía moderna"
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Letras de acá y de allá. Blog de Literatura.
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