Ir al contenido principal

"El pastel", Charles Baudelaire

Charles Baudelaire



Viajaba. El paisaje en medio del cual me había colocado tenía grandeza y nobleza irresistibles. Algo de ellas se comunicó sin duda en aquel momento a mi alma. Revoloteaban mis pensamientos con ligereza igual a la de la atmósfera; las pasiones vulgares, como el odio y el amor profano, aparecíanseme ya tan alejadas como las nubes que desfilaban por el fondo de los abismos, a mis pies; mi alma parecíame tan vasta y pura como la cúpula del cielo que me envolvía; el recuerdo de las cosas terrenales no llegaba a mi corazón sino debilitado y disminuido, como el son de la esquila de los rebaños imperceptibles que pasan lejos, muy lejos, por la vertiente de otra montaña. Sobre el lago pequeño, inmóvil, negro por su inmensa profundidad, pasaba de vez en cuando la sombra de una nube, como el reflejo de la capa de un gigante aéreo que volara cruzando el cielo. Y recuerdo que aquella sensación solemne y rara, causada por un gran movimiento perfectamente silencioso, me llenaba de una alegría mezclada con miedo. En suma, que me sentía, gracias a la embriagadora belleza que me rodeaba, en paz perfecta conmigo mismo y con el universo; y aun sospecho que en mi perfecta beatitud y en mi total olvido de todo el mal terrestre, había llegado a no encontrar tan ridículos a los periódicos que pretenden que el hombre nació bueno, cuando, renovadas las exigencias de la materia implacable, pensé en reparar la fatiga y en aliviar el apetito despierto por tan larga ascensión. Saqué del bolsillo un buen pedazo de pan, una taza de cuero y un frasco de cierto elixir que los farmacéuticos de aquellos tiempos solían vender a los turistas, para mezclarlo, llegada la ocasión, con agua de nieve.

        Partía tranquilamente el pan, cuando un ruido muy leve me hizo levantar los ojos. Ante mí estaba una criaturilla desharrapada, negra, desgreñada, cuyos ojos hundidos, fríos y suplicantes, devoraban el pedazo de pan. Y le oí suspirar en voz baja y ronca la palabra ¡pastel! No pude contener la risa al oír el apelativo con que se dignaba honrar a mi pan casi blanco. Cortó una buena rebanada y se la ofrecí. Acercose lentamente, sin quitar los ojos del objeto de su codicia; luego, echando mano al pedazo, retrocedió vivamente, como si hubiese temido que mi oferta no fuese sincera, o que me fuese a volver atrás.

        Pero en el mismo instante le derribó otro chiquillo salvaje, que no sé de dónde salía, tan perfectamente semejante al primero, que se le hubiera podido tomar por hermano gemelo suyo. Juntos rodaron por el suelo, disputándose la preciada presa, sin que ninguno de ellos quisiera, indudablemente, sacrificar la mitad a su hermano. 

        Exasperado el primero, agarró del pelo al segundo; cogiole éste una oreja entro los dientes, y escupió un pedacito ensangrentado, con un soberbio reniego dialectal. El propietario legítimo del pastel trató de hundir las menudas garras en los ojos del usurpador; éste, a su vez, aplicó todas sus fuerzas a estrangular al adversario con una mano, mientras que con la otra intentaba meterse en el bolsillo el galardón del combate. Pero, reanimado por la desesperación, levantose el vencido y echó a rodar por el suelo al vencedor de un cabezazo en el estómago. ¿Para qué describir una lucha horrorosa, que duró, en verdad, más tiempo del que parecían prometer las fuerzas infantiles? Viajaba el pastel de mano en mano y cambiaba a cada momento de bolsillo; pero, ¡ay!, iba cambiando también de volumen; y cuando, por fin, extenuados, jadeantes, ensangrentados, paráronse, en la imposibilidad de seguir, no quedaba, a decir verdad, motivo ninguno de batalla; el pedazo de pan había desaparecido y estaba desparramado en migajas, semejantes a los granos de arena con que se mezclaban.

        Tal espectáculo había llenado de bruma el paisaje, y el gozo tranquilo en que se solazaba mi alma, antes de haber visto a los hombrecillos, había desaparecido por entero; me quedé mucho tiempo triste, repitiéndome sin cesar: ¡Conque hay un país soberbio en que al pan le llaman ‘pastel’, golosina tan rara que basta para engendrar una guerra perfectamente fratricida!»



Más poemas de Charles Baudelaire  |  Inicio 
_______________________________________

Charles Baudelaire (1821-1867), escritor francés de gran trascendencia, pieza clave en el paso a lo que hoy se denomina "poesía moderna"
_________________________________
Letras de acá y de allá. Blog de Literatura.

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Como la tierna madre..." (Soneto XIV), Garcilaso de la Vega (Soneto y comentario)

Garcilaso de la Vega Como la tierna madre –que el doliente hijo le está con lágrimas pidiendo alguna cosa de la cual comiendo sabe que ha de doblarse el mal que siente, y aquel piadoso amor no le consiente que considere el daño que, haciendo lo que le piden, hace– va corriendo y aplaca el llanto y dobla el accidente: así a mi enfermo y loco pensamiento, que en su daño os me pide, yo querría quitarle este mortal mantenimiento; mas pídemele y llora cada día tanto que cuanto quiere le consiento, olvidando su muerte y aun la mía. Garcilaso de la Vega Más poemas de Garcilaso | Cuento   |   Poesía |   Letras de canciones   |  Inicio   Comentarío de análisis del poema: El soneto de Garcilaso de la Vega, "Como la tierna madre" -soneto XIV-, es una composición poética que aborda el tema del amor maternal y el sacrificio que una madre está dispuesta a hacer por su hijo. El poema comienza con una imagen poderosa, una madre que consuela a su hijo doliente que

"¡Aleluya!", Rubén Darío

Rubén Darío   XXVI ¡ALELUYA! A Manuel Machado    Rosas rosadas y blancas, ramas verdes,  corolas frescas y frescos  ramos, Alegría!    Nidos en los tibios árboles,  huevos en los tibios nidos,  dulzura, Alegría!    El beso de esa muchacha  rubia, y el de esa morena,  y el de esa negra, Alegría!    Y el vientre de esa pequeña  de quince años, y sus brazos  armoniosos, Alegría!    Y el aliento de la selva virgen,  y el de las vírgenes hembras,  y las dulces rimas de la Aurora,  Alegría, Alegría, Alegría! Rubén Darío Más poemas de Rubén Darío Más Poesía    |    Cuento    |    Letras de canciones    |    Inicio

AA. en una esquina, Aníbal Núñez | Poesía

  AA. en una esquina Aquí, al volver el sol, han confluido mi sangre con tu sangre de noviembre: verde seco es vasija de otro verde seco que abarca toda la costumbre de renacer -cenizas son los días diecinueve y cada noche en que Saturno manda en las estrellas- No hay lugar para ti y para mí juntos en esta ciudad rota en la que somos tú y yo, no lo mejor de cada uno sino tú y yo. No hay sitio. Hay una esquina que, aunque lugar de citas imposibles, es el único punto que nos queda para que la belleza del encuentro y el dolor consecuente a la belleza dignifiquen al menos nuestra ausencia. Noviembre, 1974 Aníbal Núñez  Más poemas de Aníbal Núñez    |   Poesía    |   Cuento    |    Inicio