del sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no viste ayer el día agonizar el día
y apagar en el mar el oro ardiente?
Luego se ennegreció, mustio y doliente,
el aire adormecido en sombra fría;
luego la noche en cuanta luz ardía,
tantos consuelos encendió al Oriente.
Naces, Aminta, a Silvio del ocaso
en que me dejas sepultado y ciego;
sígote oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas, desperdicios de tu fuego.
_________________________________
Poesía española de los Siglos de Oro. Francisco de Quevedo.
Comentarios
Publicar un comentario