(Escena)
La nodriza - Herodías
Nodriza
¡Vives! ¿O aquí la sombra miro de una princesa?
A mis labios tus dedos, sus anillos, y cesa
de andar por ignoradas edades...
Herodías
Detente.
De mis inmaculados cabellos el torrente
rubio, al bañar mi cuerpo solitario, lo hiela
de horror, y mis cabellos, que la luz encarcela,
son inmortales. Un beso me mataría
si la belleza no fuera la muerte...
¿Guía
qué imán, y cuál mañana que olvidan los videntes
vuelca su triste luz en ocasos murientes,
lo sé yo? Tú me has visto, mi nodriza invernal,
bajo prisión de piedras y de duro metal
donde arrastran leones viejos siglos arcanos
entrar, mientras venía, fatal, puras las manos
En el desierto aroma de estos reyes vetustos;
¿pero es que viste acaso cuáles fueron mis sustos?
Me detengo en exilios soñando; se deshojan
como al pie de una fuente cuyas linfas me acojan-
yertos lirios en mí, mientras, con vivoos ojos
que ven cómo descienden los lánguidos despojos,
en silencio, leones mis ensueños turbando
apartan la indolencia de mis ropajes, cuando
miran cómo mis pies pueden calmar el mar.
Tráta tú las angustias seniles de calmar,
ven, y que mis cabellos imiten las maneras
hoscas, que a ti dan miedo, de equinas cabelleras;
ayúdame, que asi mirarte no te dejo,
a peinarme indolentemente frente a mi espejo.
Nodriza
¿Si no la alegre mirra, en redomas guardada,
de la esencia a vejeces de las rosas raptada
quisieras, hija mia, comprobar la virtud
fúnebre?
Herodías
¡De perfumes basta! ¿No sabes tú
que los odio, nodriza? ¿Buscas luego que sienta
su embriaguez inundar mi frente macilenta?
Quiero que mis cabellos, así no sean flores
para esparcir olvido de humanos sinsabores
sino el oro, por siempre virgen de las fragancias
en sus crueles relámpagos y en sus lívidas ansias
observen el helor estéril del metal,
reflejándoos, gemas del baluarte natal,
armas, vasos de días solos de mi niñez.
Nodriza
Perdón! Vuestra defensa la edad borró tal vez,
De mi espíritu pálido cual negro libro, o viejo;
Herodías
¡Basta! Ten frente a mí este espejo
¡oh espejo!
agua fría que el tedio logró ver congelada,
que a veces, y durante las horas, desolada
de los sueños, buscando mis memorias, lo mismo
que las hojas debajo de su profundo abismo.
En ti me aparecí como sombra lejana,
mas, ¡horror! por las noches en tu adusta fontana
vi del disperso sueño la desnuda beldad.
Nodriza, ¿bella soy'?
Nodriza
Un astro, a la verdad
mas esta trenza cae...
Herodías
Que congelada va mi sangre hacia su fuente,
y esta impiedad famosa del gesto; ¿cuál endriago
seguro te abalanza sobre el siniestro halago?
El beso y los perfumes brindados, corazón,
y la mano, sacrílega siempre, el día son
(conmoverme buscabas sin duda) que no habría
de morir en la torre sin desventura. ¡Oh día,
oh día que Herodías con estupor observa!
Nodriza
¡Tiempo extraño, en efecto, de qué el cielo os preserva!
Erráis, oh sombra sola, renovado furor,
y contemplando en vos precoz, y con horror
pero siempre adorable como un sér inmortal,
oh mi niña, y hermosa terriblemente, tal
como...
Herodías
¿Mas no queréis conmoverme?
Nodriza
Quería
ser a quien el Destino los secretos confía.
Herodías
¡Oh, cállate!
Nodriza
¿Vendría quizás?
Herodías
Estrellas puras,
¿No me oís?
Nodriza
¡Pero cómo, sino en medio de oscuras
amenazas, pensar más implacable, en tanto,
y como al dios pidiendo que el espléndido encanto
de vuestra gracia espera! ¿Para quién, devorada
de angustias, conserváis la elación ignorada
y el misterio que oculta vuestro sér?
Herodías
Para mí.
Nodriza
Triste flor que impasible crecer a solas vi,
vana sombra en el agua vista con atonía.
Herodías
Vete, y tu compasión guárda con tu ironía.
Nodriza
Sin embargo, explicad: ingenua niña mía,
este triunfal desdén ha de amainar un día.
Herodías
¿Mas quién me tocará, de leones temida?
Además, nada humano deseo, y esculpida,
si al paraíso ve que mi mirada ha errado,
es que recuerdo un día tu leche haber gustado.
Nodriza
¡Víctima lamentable que al Destino se ofrece!
Herodías
¡Sí, para mí, desierta, mi juventud florece!
Ya lo sabéis, jardines de amatista, anegados
sin término en sapientes abismos deslumbrados.
Oros ignotos, luz que antigua persevera
bajo el sueño sombrío de una tierra primera,
joyas en que mis ojos, como gemas lustrales,
beben su claridad melodiosa; metales
que un esplendor fatal dáis a mi cabellera
juvenil, y a su torva majestad altanera.
En cuanto a ti, mujer nacida en horas vanas,
y para la maldad de las grutas arcanas,
¡y que hablas de un mortal! Según que, si en mis vestes,
los cálices, aroma de delicias agrestes,
daban a mi desnudo cándida conmoción.
Sibila que, si el tibio azur de la estación,
tras él, nativamente descubre la doncella
me mira en mi pudor titilante de estrella,
¡muero!
Gusto el horror de ser virgen; quisiera
vivir entre el terror que da mi cabellera
para, cuando en la noche retirada, serpiente
inviolada, sentir en la carne impotente
tu pálido fulgor, tu mate claridad,
tú, que vives y mueres y ardes de castidad,
¡noche blanca de hielos y de nieve crüel!
Tú, solitaria hermana, mi eterna hermana fiel,
Hacia ti volará mi sueño con la rara
Virtud de un corazón que así lo consagrara,
En mi patria monótona sola vedme. En redor
De mí, todo en el culto vive del resplandor
De un cristal que en su calma sabe copiar radiante
A Herodías de clara mirada de diamante.
¡Sí! Sé que sola estoy, ¡oh encanto postrimer!
Nodriza
¿Señora, ansiáis entonces morir?
Herodías
No, pobre sér,
cálma, y si mi rigor has de olvidar, ¡abur!
Mas antes los postigos ciérra, pues el azur
seráfico sonríe tras las vidrieras hondas,
y yo detesto el bello azur!
¿En ondas
que allá se mecen, sabes acaso de un lugar
donde el siniestro espacio tenga el torvo mirar
de Venus, que en las frondas fulgura en el Ocaso?
Allí voy.
Pero enciénde (pueril lo ves acaso)
la cera de estas hachas que con llama ligera
llora entre el oro vano su congoja extranjera.
Nodriza
¿Y bien?
Herodías
Adiós entonces.
¡Mientes, desnuda flor
de mis labios!
Yo siento venir ignoto amor
o bien, de tus clamores y el misterio ignorante,
un supremo sollozo lanzas, agonizante,
de una infancia que siente cómo, en sus fantasías,
se separan por fin sus yertas pedrerías.
Stéphane Mallarmé (1842-1898), poeta francés.
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